26/10/25

Donde hay igualdad, no hay propósito


 

A lo largo de la historia, muchos hijos de Israel hallaron refugio entre las diversas naciones. Allí donde llegaron, levantaron ciudades, comercio, ciencia y cultura… hasta que, con la abundancia, vino el olvido.Cuando el judío se acostumbra a la buena vida, empieza a servir a otros dioses: al oro (Mamón), al placer (Asera), muerte de los débiles (Marte) y a la opinión pública (Hermes).

Así nace la “democracia moderna”: un lugar donde nadie comparte nada salvo los impuestos, y donde incluso la lengua común se vuelve opcional.

Naturalmente, las naciones pierden sentido y razón de ser porque ya no hay pacto que las sostenga.
Ya no tienen tikún ni propósito de vida, solo el culto a esos dioses mencionados. Por eso la sangre se diluye como los compromisos olvidados.

La riqueza de cada pueblo es reflejo de su vínculo con Hashem: los más torcidos son los más pobres, porque rechazan incluso los mandamientos de Noaj. Pero ojo, esto no impide ascender al “buen camino del Señor, como buen Noájida”. Mas dime, ¿qué esperas hallar en esas tierras: bendición o juicio Divino aplicado?

No todos los dioses son iguales. Solo hay Uno que premia.

Aquí es donde la experiencia personal de cada judío se convierte en bautismo de odio gratuito, porque esa marca invisible en los no judíos delata quién es Israel verdadero entre las naciones, mientras los otros han traicionado el pacto para unirse a la Casa de Esav.

Y dondequiera que viaja Israel —sea Europa, Siberia, América o África— el ciclo espiritual de la Torá se repite: “Cuando los hijos de Israel bajan a Egipto”, surge un nuevo Faraón. El poder del Faraón es proporcional a la ausencia aparente de Hashem.

Así, el juego del gato y el ratón termina cuando todas las naciones adoptan un mismo credo: la religión del vacío. Mismos valores, mismas costumbres, mismos símbolos, mismo fast food… Todo “inclusivo”, todo “igualitario”, hasta que todo huele igual cuando acaba en el mismo retrete de la historia.

Porque donde hay igualdad, no hay propósito.

Allí donde vayamos, brillamos distinto y transformamos el mundo, pero ese lugar solo se sostiene en la medida en que el israelita cumple el pacto heredado: el que permite reconocer al prójimo como prójimo.

El mayor problema son quienes lo han olvidado realmente el Esav y el Ishmael históricos , que finalmente volverán a su hogar llegado el momento. La historia gira y nos devuelve al punto donde empezó: no fue Roma ni Babilonia quien nos venció, sino el hebreo que olvidó su propia palabra.

Yo la recordé con dolor, por eso te la escribo: para que otros no la olviden.

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